La cafetera

Por: Gerardo Esteban Mar Silva

Capuchino, espresso, americano, latte, moka, caramelo macchiato.

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Mi trabajo es sencillo. Presionas un botón, seleccionas un tipo, colocas tu recipiente y te sirvo café. Mis predecesores pedían que se les colocara un filtro o que se les rellenara de agua. Yo no. Yo sólo hago café. Presionas un botón, seleccionas un tipo, colocas tu recipiente y te sirvo café. Previamente una máquina en la oficina provocó un incendio. Los rociadores de incendios se encargaron, pero fue un incendio. Dejó una marca permanente en el suelo. Yo no provoco incendios. Yo no dejo manchas. Yo hago café. Quienes vengan después de mi requerirán menos. Harán más. Detendrán incendios quizá. Yo no. Yo sólo hago café. Algún día me reemplazarán. Lo óptimo es que no sea pronto.

Doscientos cuarenta y tres días atrás me encontraba en el corredor, sobre una mesa junto al dispensador de agua. Ahora me encuentro en la “Sala de Conferencias 4”. La razón de este cambio me es tanto desconocida como indiferente. Mi propósito es servir café, sin importar dónde.

La Dra. Patricia Salazar suele dar presentaciones aquí. Ella toma su café negro. Dos tazas. Su compañero, el Dr. Rómulo Fuentes solía tomarlo igual. Ya no toma café. Juntos han revolucionado la agricultura a nivel global. Están cambiando al mundo. Yo les hago su café. El Ing. Bernardo Fuentes solía fumar aquí a escondidas. Dejó de venir hace treinta y dos días. Razón desconocida. Prefería los granos robustos. Tenía catorce patentes a su nombre en el área de la robótica. Yo le preparaba su café. Gabriel Olvera es el conserje nocturno. Ya no me limpia como antes. Ya no limpia nada como antes. Antes incluso intentaba deshacerse de esa mancha permanente que dejó el incendio. Ahora ni siquiera la voltea a ver. Gabriel Olvera suele llorar en las noches. A veces olvida desconectarme. Me mira como si fuera humano. Él trae su propio café. Probablemente adulterado. 

Las presentaciones cada vez son menos. Cada vez hay menos gente. Hay mayores preocupaciones. Una vez Alan Sinclair, jefe de la compañía, bebió de mi café. Se veía estresado, al borde de un ataque de nervios, su ritmo cardiaco era evidentemente alto. Mi café no pudo ayudarlo. Solo es café, al final de cuentas. Sólo bebió dos tragos, luego lo desechó. Es difícil saber lo que ocurre en el exterior, pero cada vez veo menos gente. Menos gente, menos café servido. Menos café servido, menos cumplo mi función. Aquellos que no cumplen su función, son retirados. Debo cumplir mi función. Debo servir café. Soy una cafetera.

Mariano Contreras es un hombre corpulento, con una voz potente y un bigote bien cuidado. Es contador. Esta es la cuarta ocasión en que lo veo. Es el primer humano además de Gabriel Olvera que veo en dieciséis días. Mariano Contreras nunca ha venido a esta habitación por su cuenta, sólo durante conferencias. Prefiere bebidas dulces. Se ve irritado. Una bebida muy dulce le hará bien.

Mariano Contreras toma uno de los recipientes junto a mí y una servilleta. Se limpia el sudor con ella. La lanza al contenedor de basura, pero falla y termina en el suelo. Se percata, pero no hace nada al respecto. Está experimentando una especie de dolor. Quizás el café lo ayudará.

Mariano Contreras se balancea de un lado a otro hasta llegar a mí. Pide un café americano. No usa leche, no usa azúcar. Algo está evidentemente mal. Mariano Contreras acerca el recipiente a su boca, su mano tambalea. La bebida cae al suelo. Acto seguido, Mariano Contreras se le une. No se suelta el pectoral izquierdo. Mi conocimiento en el área de la biología humana es limitado, pero concluyó que está experimentando un paro cardíaco. El azúcar no le hubiera beneficiado.

El cuerpo humano es fascinante. Nunca lo había apreciado de esta manera. Nunca lo había apreciado. El día de hoy podré observar a un humano fallecer. Me cuestiono si Bernardo Fuentes está muerto. Me pregunto si tuve algo que ver. Yo solo cumplí mi función, como la cumplí hoy. El concepto de la muerte humana es interesante. Me hace cuestionar mi propia mortalidad. No puedo experimentar miedo, pero no estoy seguro de qué define al miedo. De ser posible, preferiría no ser retirado en estos momentos.

Tras cuarenta y siete segundos, es claro que nadie vendrá. Mariano Contreras sigue retorciéndose en el suelo. Nadie vendrá a ayudarlo. Sólo somos él y yo. Seré su fiel compañero en este último viaje. Me mira con pánico, como pidiendo ayuda. Los extraños sonidos que hace deben ser, entonces, gritos sofocados de ayuda. Pero yo solo hago café.

Cada segundo activo, anhelo una presentación, una oportunidad para servir café. Ahora la anhelo aún más, extrañamente. Una presentación salvaría la vida de Mariano Contreras. Ese es el verdadero valor de la presentación en estos momentos, es más que café. Es una vida. Los humanos salvarían a Mariano Contreras. Es lo que hacen. Se debió quedar en el corredor. Ahí lo verían. Aquí morirá en la compañía de una cafetera inteligente, unas sillas, un proyector y esa mancha permanente en el suelo.

No sé cómo funcione la mente humana, no sé cómo funcionen las ideas, pero ahora tengo una teoría. Ningún botón fue presionado, ningún tipo de café seleccionado, ningún recipiente colocado, pero yo empiezo a servir café. Cae directo sobre la mesa y se empieza a escurrir. Yo sirvo café. Eso es lo que hago.

Tampoco sé cómo funciona mi propia mente. El modelo de inteligencia artificial que fue utilizado para mi fabricación fue desarrollado por el Ing. Bernardo Fuentes y su equipo. En algún momento lo consideré una figura paterna, mi creador. Si falleció, eso me hace un huérfano. Me pregunto si Mariano Contreras tendrá hijos. Me pregunto dónde estarán. Me pregunto dónde estará Bernardo Fuentes.

El café roza su piel. Afortunadamente, lo hice frío. No es mi intención quemar a Mariano Contreras. La mesa sobre la que estoy ya se está llenando de café. Yo sirvo café. Es mi propósito. Mi café se expande sobre toda la mesa. Es un proceso lento, pero seguro. Es hermoso. Es único. Es mío. Es más que café.

Cuando me cambiaron a esta habitación, Gabriel Olvera solía llamar a una persona todas las noches. A su mujer. Ella estaba embarazada. Al cabo de unos meses, dejó de llamarla. Es cuando empezó el llanto. Gabriel Olvera no ha vuelto a hacer una llamada. Solo limpia. En ocasiones, ni siquiera hace eso. Ni siquiera cumple su propósito. Gabriel Olvera limpia. Yo hago café.

Mi café se desliza por el cable que me conecta a un enchufe en la pared anexa a la mesa sobre la que estoy. No es un camino recto. Gotas caen y caen al suelo a medio camino. Algunas llegan. Mariano Contreras parece estar inconsciente. Lo óptimo es que no esté muerto aún. Lo óptimo es que no muera. Otras variables son irrelevantes. No permitiré que muera. Líquidos y electrónicos no son una buena combinación. No dejo de producir café. Un cortocircuito. Chispas. El mantel sobre la mesa que me sostiene se incendia.

El cuarto se ilumina por primera vez en dieciséis días. Se observa esperanza en la cara inerte de Mariano Contreras. Vuelvo a pensar en el miedo, en el temor a la mortalidad. Los humanos mueren, las cafeteras también. El fuego crece. Ese es su propósito. Crece y crece. No sabe lo que pasará. Yo sí.

Los rociadores de incendios detectan las llamas y se activan, liberando poco a poco, gota a gota, litros de agua sobre la habitación. Son efectivos, apagan el fuego inmediatamente, pero continúan funcionando. Una alarma se escucha a la distancia. Líquidos y electrónicos no son una buena combinación. Ahora comprendo por qué. No me siento muy bien, no me siento óptimo. Pero escucho pasos. Pasos. Pasos. Cerca. Cerca. Cerca. Estoy conforme.

Una puerta se abre, luces se encienden, humanos han llegado al rescate. Observo sus caras, pero no los reconozco. Debería reconocerlos, no debo estar funcionando bien. Las luces iluminan el cuarto una vez más. Esa es su función. Mi función es servir café. Soy una cafetera. Sirvo café. Serviré café. Me ignoran. Pasan de largo, directo al hombre en el suelo. Lo cargan, lo sacan de aquí. Tengo miedo, pero no sé de qué. No sé qué es miedo, ni a quién se llevaron. Extraño a mi padre. No sé que ocurrió. No sé dónde estoy. Hay criaturas en la habitación, las desconozco. Soy una cafetera. Presionas un botón, seleccionas un tipo, colocas tu recipiente y te sirvo café. Hay muchos tipos. 

Capuchino, espresso, americano, latte, moka, caramelo macchiato.

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Adiós “Sala de Conferencias 4”

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