Después de la tormenta

Por: Uriel Mauricio Raga Lara

Mi abuela quedó muy afectada después de aquella tormenta, habían pasado 3 meses del incidente y no dejaba de soñar sobre la nave. El sol se sentía cálido, sin embargo, su mente la aislaba del exterior. Ante los ojos de todos caminaba muy tranquila, ella pensativa, distraída, por dentro seguía reviviendo aquel episodio. Los niños jugaban en el parque, los pájaros cantaban, el cielo era azul; un azul profundo que de no haber sido por aquel espectáculo habría disfrutado como en sus años de juventud.

Era el año 1957, mi abuela con 16 años disfrutaba del sol con sus hermanas a la orilla de la playa, sus padres a sus espaldas sentados en una palapa. Llevaba un pantalón de mezclilla lleno de arena hasta los bolsillos, nunca fue de las que usaban traje de baño; la idea de mostrar las piernas le parecía banal, sus hermanas no mostraban reparo en ello. Sus años dorados pasaron en la década de los 50’s, a la fecha cuenta sus anécdotas como si las reviviera cada día, como si hubieran sido ayer.

-¿En qué piensas abuela?- La cuestioné. -No había tocado la arena en muchos años, hasta ese día. Cierro los ojos y veo la nave en el cielo oscuro, nublado, y veo a mis hermanas pequeñas a la orilla de la playa sin poder encontrarme. Han pasado 63 años y no me perdono el casi haberlas perdido en el agua. Se metieron a nadar y de repente las perdí de vista, tuve el instinto de entrar a ayudarlas, pero el agua hizo mi pantalón mas pesado y me arrastraron las olas. Mi papá tuvo que correr a sacarnos, no volví a ver el mar en años porque no me perdonaba aquel incidente, no hubiera soportado perder a mis hermanas por una tontería como no querer quitarme el pantalón de mezclilla en el agua.

Ese día en el hotel no dejé de revivir ese incidente, además del impacto por ver una nave en medio del cielo.

-No me gusta escucharte así, eras una niña, no estaba en tus manos. -le respondí. Fue muy difícil para mi ver a mi abuela en ese estado, sabía que necesitaba ayuda, pero no sabía como dársela. – ¿Hay algo que pueda hacer para hacerte sentir mejor? – Quiero tenerte aquí conmigo, hablar de ti, saber lo que te gusta, lo que te preocupa. -Respondió. No podía creer que a pesar de su estado y de que no se sentía bien con ella misma aun quería saber de mi, hablar de mi y no de ella. Mi abuela nunca ha sido una persona egoísta, siempre ha puesto a todos primero.

-La vejez es muy dura, cielo. Es duro ver a muchas personas alejarse, nos quedamos solos y solo nos quedan los recuerdos, los problemas, la tristeza del pasado, no es fácil vivirlo en soledad, pero tu siempre estás conmigo. Tu me salvaste aquel día, viste por mi cuando podías haberte salvado solo. La gente se conecta y se desconecta todo el tiempo, no queda mucha familia con la cual convivir y platicar anécdotas, solo quedamos tu y yo, un perro llamado Blacky y pájaros cantando afuera, estaremos bien. Entendí muchas cosas con esa plática. Mi abuela revivió su mas grande trauma de la infancia el día que la vida le dio una segunda oportunidad y a pesar de todo siempre estuvo agradecida, seguía cuidando de mi y yo de ella. Era una relación simbiótica perfecta.

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