El despertar del código

Por: Samuel Mendoza Durán

En una tranquila noche de domingo, se alcanzaba a escuchar la voz de un joven estudiante que, junto con sus cuatro amigos en una llamada, intentaba con cierta desesperación comprender las funciones que habían visto en clase durante todo el parcial. El examen sería al día siguiente.

Discutían por qué los resultados que obtenían eran distintos entre sí. El joven repasaba una y otra vez la función que el profesor había escrito en el pizarrón y explicado. Sin embargo, justo después de anotarla, se distrajo ayudando a un compañero con un error, lo que le impidió entender completamente cómo funcionaba esa función en el programa. Volviendo a la llamada, cada uno de los jóvenes exponía su punto de vista sobre su resultado. “Es que no pusiste tantos puntos decimales”, decía uno. Otro, algo irritado, contestaba: “Pero eso no importa; lo que importa son los valores que uses en la función”. Entonces, un tercer amigo intervenía, señalando que, si la sumatoria en la división no era la correcta, no obtendrían el resultado esperado. Esto inició un debate sobre quién tenía la razón. Mientras todo esto ocurría, el joven, que empezaba a bostezar, preguntaba con curiosidad si alguien había tomado nota de lo que el profesor había dicho en clase. Sin embargo, su pregunta fue ignorada, perdida en medio de la discusión acalorada sobre quién tenía la razón.

Mientras cada uno empezaba a molestarse con el otro, el joven, que solo podía comprender una parte de la función, escuchaba cómo uno por uno sus amigos empezaban a desconectarse para intentar descansar y terminar con la pelea. Cuando el joven fue el último en la llamada y seguía tratando de comprender por qué las funciones marcaban error tras error, empezó a escuchar un zumbido preocupante, como si algo fuera a pasar. Preocupado por si algo sucediera, guardó el documento donde estaba trabajando, buen hábito de alguien que no quiere perder su progreso. Justo al guardar el documento, la luz de su casa se apagó, dejando toda la habitación en oscuridad total. Sin poder encontrar el celular en su escritorio, decidió intentar llegar a la puerta para verificar que todo estuviera bien, pero para su sorpresa no logró encontrarla por ningún lado. Lo único que pudo avistar fue una pequeña luz que había en el centro de la habitación. Temeroso, se acercó poco a poco para ver de qué se trataba y, conforme se acercaba, más clara se hacía la imagen proyectada… Era la función que había estado analizando por horas pero que no lograba entender cómo utilizarla en el programa y por qué marcaba tantos errores. Al tocar la función, frente a él apareció una gráfica que mostraba que intentaba graficar la función, pero no lo hacía correctamente debido al error que no sabía cómo resolver. Confundido pero curioso, empezó a jugar con la función para ver cómo cambiaba la gráfica, hasta que se dio cuenta de que más adelante se encontraban otras funciones que también brillaban.

Mientras tocaba cada una de las funciones y aparecían las gráficas, descartaba cada una de estas al desesperarse por no obtener el resultado correcto, no importa cuántos intentos hiciera. Esto creó, poco a poco, una montaña de funciones erróneas que comenzaba a moverse lentamente hasta llegar a su espalda. El joven, que sólo intentaba adivinar cómo resolver las funciones sin seguir un método matemático, no se percató de que aquella montaña de errores había mutado en un monstruo que compilaba error tras error, dispuesto a acabar con él por haber abandonado y no resuelto los problemas. Durante un momento de descanso, escuchó un ruido detrás de él y, pensando que una de las funciones se había caído, volteó solo para encontrar al monstruo, pintado del distintivo color rojo de los errores del programa que utilizaba, esperando el momento perfecto para atacar.

En un movimiento rápido, el joven empezó a correr cuando notó que el monstruo se dirigía hacia él con intención de atraparlo y ahogarlo en una maraña de errores de los que no podría escapar. Mientras corría, trataba de encontrar un lugar donde esconderse, pero en su cuarto oscuro y vacío no tenía muchas opciones. No pasó mucho tiempo hasta que el monstruo lo alcanzó y lo levantó con intención de devorarlo. Aunque el joven luchaba con todas sus fuerzas para escapar, no pudo hacer nada ante la fuerza de los errores que lo retenían, siendo finalmente devorado y perdiéndose en la profundidad de los errores que componían al monstruo…

En un momento de serenidad, empezó a ver la función inicial, aquella que había iniciado toda esta aventura, y comenzó a desglosarla paso a paso para entenderla. Para su sorpresa, empezó a tener éxito; con hábiles movimientos de variables y aplicando la lógica y álgebra aprendidas en semestres pasados, logró que la función desapareciera de la montaña de errores, comprendiendo que la única forma de escapar era corrigiendo los errores que lo tenían atrapado.

Poco a poco, comenzó a resolver errores de variables, fórmulas, tablas, y datos que formaban parte del monstruo de errores, haciendo que este se redujera cada vez más hasta volverse menos intimidante y más pequeño que él. Cuando estaba por corregir el último error, el cual le había dado tantos problemas, este no desapareció como los demás, sino que graficó la función, revelando un mensaje construido a través de distintas funciones. Sorprendido, el joven empezó a leer lo que decía el mensaje, dándose cuenta de que intentaba comunicarle algo: “Le…van…ta…”

En ese momento, el oscuro cuarto comenzó a iluminarse con la luz del sol que entraba por la ventana, y poco a poco escuchó una voz que lo llamaba: “¡Levántate, hijo, vas a llegar tarde a tu clase!”, le gritaba su mamá mientras lo sacudía de su escritorio, donde se había quedado dormido. El joven volvió en sí y se dio cuenta de que todo había sido un sueño. Preocupado por el examen que tendría en unas horas, comenzó a prepararse para ir a la escuela mientras recordaba fragmentos del extraño sueño. Para su sorpresa, recordó cómo había resuelto cada uno de los errores en esa peculiar aventura, lo que le infundió confianza. Una vez listo, encendió su laptop e intentó corregir el error inicial que no había podido resolver anteriormente. Para su alegría, logró hacerlo funcionar, brindándole un rayo de esperanza para aprobar su examen.

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