El resplandor en las ruinas

Por: Pamela Astrid Pérez Reyes

A mediados del año 2135 la raza humana colapsaba. La Tierra la cual alguna vez fue un planeta próspero, ahora era un lugar lleno de ruinas bajo un cielo con un humo denso. Ahora la calidad del aire estaba por los suelos. Las ciudades se habían convertido en mausoleos de acero corroído y cristal fracturado de inmenso tamaño. Increíble y de hasta cierto punto improbable, aun existía una última ciudad funcional: La Gran Anivia, esta metrópolis está construida sobre las ruinas de lo que alguna vez fue Tokio. Con altos muros electrificados controlan a las criaturas mutantes que deambulaban por las afueras y así proteger a los pocos habitantes que quedan.

En un laboratorio clandestino situado en los barrios bajos de la ciudad, la joven científica Elise se encontraba profundamente concentrada. Desarrollaba una crucial misión: encontrar una forma de restaurar al planeta donde nació. Noches completas en vela pasaba entre tubos de ensayo y monitores parpadeantes, buscando la manera de revertir tal desastre. Un día como cualquier otro, con densas nubes de cenizas rodeando la ciudad, Elise tuvo una epifanía. Llegó a una esperanzada respuesta, el código genético de una antigua planta, legendaria por su resistencia a la contaminación. A la mañana siguiente Elise y su equipo emprendieron una expedición a las regiones más lúgubres del mundo exterior en busca de la planta o algunas semillas.

El viaje fue toda una proeza. Enfrentaron tormentas ácidas y criaturas humanoides que acechaban en la obscuridad, pero finalmente hallaron lo que buscaban: un jardín abandonado, un oasis de vida en medio de toda la destrucción. Elise, al llegar al lugar pudo dar con la planta, que esta, a pesar de estar en pésimas condiciones, tenía semillas a su alrededor, ella recogió las semillas con manos temblorosas, sabiendo que llevaban con ellos la promesa de un mejor mañana.

De vuelta en Anivia, Elise plantó las semillas en su recóndito laboratorio improvisado. Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Finalmente, un brote verde, frágil y muy pequeño surgió de la tierra, como un rayo de esperanza en la obscuridad. Aquel pequeño brote a lo largo del tiempo creció con una vitalidad asombrosa, una planta que comenzó a extender sus raíces por todo el laboratorio, transmitiendo vida en aquellas estructuras obsoletas. Poco a poco, la ciudad se llenó de color y vida. El aire se llenó con el aroma de las flores y una vez más el canto de las aves había regresado. La humanidad había encontrado su camino de regreso a la naturaleza. Anivia se convirtió en un faro de esperanza en un mundo devastado.

Elise, ahora reconocida y adorada como una heroína, miró desde la altura del edificio más alto de la ciudad hacia el horizonte, donde el sol intentaba filtrarse a través de las nubes. Ella sabía que la lucha aún no había terminado, pero también sabía que la humanidad era capaz de recuperarse, de encontrar la luz en medio de la obscuridad.

En toda Anivia la fe se había restaurado. La historia de Elise y su resplandor en las ruinas se convirtió en un mito, un recordatorio de que incluso en los momentos más obscuros, la esperanza siempre puede volver a florecer.

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