La parábola de la victoria

Por: Samuel Mendoza Durán

Era una mañana callada, como comúnmente solían ser en los días de competencia. Todos los participantes revisaban el pronóstico del tiempo para la tarde y se alistaban con ajustes en sus equipos para dar lo mejor de sí mismos. Sin embargo, había alguien en particular que no solo realizaba ajustes a su equipo, sino también a los cálculos de la tormenta y a los mismos disparos que se llevarían a cabo ese mismo día al atardecer. Nuestro participante solo contaba con el ingenio que poseía y el arco con el cual ejecutaría el disparo. Aunque siempre se veía superado por el equipo tecnológico con el que contaban sus compañeros, no sabía que ese día algo sucedería que le daría ventaja frente a todos.

El sol se ponía y todos los participantes esperaban a que el tiempo comenzara para iniciar los tiros de preparación. La incertidumbre acechaba en todo momento, ya que varios participantes habían predicho que la tormenta no afectaría a los equipos acoplados en los arcos. Los micro ajustes que los sistemas proporcionaban hacían que los movimientos humanos no perjudicaran al momento de realizar el disparo. Sin embargo, la tormenta empezó a empeorar y a afectar a los sistemas de los arcos más nuevos debido a la poca fiabilidad de los componentes eléctricos. Todos empezaban a tener complicaciones para mantener puntuaciones altas. Debido a esto, varios participantes comenzaron a quejarse por las malas condiciones del clima. No obstante, había una persona que seguía haciendo disparo tras disparo como si la tormenta solo fuera un elemento más del día, como si estuviera acostumbrado a ello.

Nuestro participante, junto con su arco, no dejaba de hacer disparo tras disparo, ya que contaba con cálculos que había realizado previamente con un sistema de ecuaciones que desarrolló teniendo en cuenta las variables del clima. Esto hizo que, aunque no tuviera las puntuaciones tan altas como las de los demás con sus herramientas de alta tecnología, lograra sacar adelante la competencia. Al ver esto, los demás participantes no dejarían que se les escapara el podio tan fácilmente. A pesar de que las condiciones del clima no les favorecían y que por más que intentaban recrear el sistema de ecuaciones de nuestro arquero, no lograban obtener los resultados con la suficiente rapidez para poder corregir los disparos.

Una vez terminada la competencia el sonido de los aplausos desaparecía, los participantes, se acercaron al protagonista. Con miradas que no sabían cómo sentirse, le cuestionaron, ansiosos por descubrir el misterio de su éxito. «¿Cómo lo hiciste?» preguntaron con voz que demostraba tanto curiosidad como respeto. «Con una tormenta así, ¿cómo es que tus disparos encontraron el blanco con tal precisión?»

Nuestro protagonista, con una sonrisa, se quitó una pequeña libreta desgastada del bolsillo de su chaqueta. «No fue solo ingenio», comenzó, pasando las páginas llenas de números y gráficos hasta detenerse en una ecuación subrayada. «Fue la anticipación. Desarrollé un sistema basado en ecuaciones diferenciales que se adaptan en tiempo real. Observé patrones en las tormentas pasadas y los incorporé a mis cálculos. Así, no dependía de la tecnología, sino de la comprensión de la naturaleza.»

Los otros arqueros intercambiaron miradas de comprensión y respeto. A pesar de la humildad del ganador, cada uno sabía que se había presenciado algo más que una victoria, habían entendido que no deben de depender de la tecnología más bien, tiene que ser un complemento del ingenio de los arqueros con el equipo con el que cuentan.

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