El dilema de la «Plasmite»

Por: David Mariño Romero

Érase una vez, en un planeta Tierra postapocalíptico azotado por la escasez de recursos naturales, la humanidad enfrentaba un dilema de supervivencia. Los poderosos, dueños de las últimas reservas, dominaban un mundo cuya avanzada tecnología se había vuelto casi obsoleta ante la falta de materiales para su operación y reparación. No obstante, la esperanza seguía viva; personas virtuosas, apoyadas por los avances tecnológicos de la era, se unieron para propulsar a la humanidad hacia adelante. Fusionando sus recursos y conocimientos para crear una nave espacial. Esta embarcación, destinada a transportar a los seres humanos hacia un nuevo hogar en otro planeta, sería propulsada por un combustible revolucionario y desconocido: el «Plasmite», un metal raro y preciado, el más codiciado en la devastada Tierra.

En tal contexto surge Juan, un minero que, escarbaba las entrañas de la Tierra con el fin del codiciado Plasmite. Un día, mientras laboraba, Juan sufrió una caída en un abismo profundo, teniendo la fortuna de caer en un cuerpo de agua. En la sombra acuática, halló una gran cantidad de Plasmite. Se enfrentaba a un dilema moral: podía enriquecerse vendiendo el descubrimiento por su cuenta, acción que, aunque le proporcionaría fortuna, traicionaría a sus colegas mineros, cuya subsistencia dependía de las comisiones obtenidas por la venta del valioso mineral.

El dilema de Juan era un espejo de la humanidad: la decisión entre el interés propio y el bien común. Bañado en la luz azul del Plasmite, tomó una decisión que no solo forjaría su integridad, sino que también marcaría el destino de su especie. Rehusó sumarse a la lista de los poderosos en un orbe fracturado. Optó, en cambio, por convertirse en el forjador de la solidaridad. Juan reveló su hallazgo a las «buenas personas» y a sus compañeros mineros. Unidos, crearon una cooperativa, garantizando que la gran cantidad del Plasmite se repartiera justamente y se destinara a la noble misión espacial. Así, la humanidad, que había padecido la desolación, comenzó a ver señales de justicia y optimismo.

La nave espacial, alimentada por el potente Plasmite, se encontraba lista para emprender el viaje. Juan, en su rol dentro del consejo de la cooperativa, contempló el ascenso de la nave hacia el cosmos, llevando la promesa de un mejor camino. Mientras la astronave se perdía en la luz estelar, Juan entendió que la auténtica riqueza no residía en el mineral que había desenterrado, sino en la decisión que el tomo sobre la esperanza que ahora definía a la humanidad. De este modo, en un planeta que estuvo al borde del colapso, la firmeza de un hombre y la colaboración de muchos encendieron la chispa para un nuevo amanecer en los inmensos y enigmáticos confines del universo. Pero el viaje por el espacio no sería tan sencillo como lo tenía planeado el equipo de astronautas, pero eso será para otra ocasión.

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