El enigma

Por: Juan Manuel Alexandre López

El futuro había llegado, y con él, nuevas formas de enseñanza. En la Universidad IEST Anáhuac, la clase de mecatrónica era la más popular, y no sólo por las fascinantes máquinas o por la avanzada inteligencia artificial, sino por el enigmático profesor Helí.

Un día, como cualquier otro, los alumnos entraron al aula, pero notaron algo diferente: en lugar de las típicas máquinas y robots, había un único objeto en el centro de la sala. Era una esfera metálica de unos 30 centímetros de diámetro, pulida a la perfección.

Helí, con su sonrisa misteriosa, comenzó: «Buenos días, jóvenes. Hoy no habrá una clase teórica o práctica convencional. Quien resuelva el enigma de esta esfera antes de que termine la clase, exentará el resto del semestre».

Los alumnos murmuraron entre sí, mezcla de emoción y confusión. Al acercarse a la esfera, notaron que estaba fría al tacto y no tenía ningún botón o interfaz visible.

Las horas empezaron a correr, y los alumnos, desesperados, intentaban todo: conectarla a computadoras, pasarla por scanners, intentar comunicarse con ella… pero nada funcionaba.

Sin embargo, Helí había dejado pistas, pero eran tan sutiles que sólo las mentes más agudas podían notarlas.

La primera pista estaba en su bienvenida. Algunos alumnos recordaron que había dicho «no habrá una clase teórica o práctica convencional». Esa palabra, «convencional», ¿qué quería decir con eso?

La segunda pista estaba en el propio diseño de la sala. Las luces del techo formaban una constelación específica, y al mirarla detenidamente, uno de los estudiantes notó que se trataba de la constelación de Cáncer.

El tercer y último indicio fue el más sutil de todos. Durante la explicación inicial, Helí había tocado su muñeca izquierda tres veces. Era un gesto que no había hecho nunca.

Con estas pistas en mente, un pequeño grupo de estudiantes se reunió y empezó a pensar fuera de lo convencional. Recordaron una antigua leyenda sobre un artefacto que sólo podía ser activado al reunirse determinados elementos.

Decidieron que uno de ellos intentaría comunicarse con la esfera, pero no con tecnología, sino con la mente. Mientras este estudiante meditaba frente a la esfera, otro alzó la mano formando un cangrejo (representando la constelación de Cáncer) y el tercero tocó la muñeca izquierda del meditador tres veces.

Pasaron segundos que parecieron horas, hasta que finalmente la esfera empezó a levitar y proyectó un holograma de la galaxia. En él, una serie de planetas estaban resaltados y formaban una secuencia.

Helí, con una sonrisa aún más amplia, felicitó a los estudiantes. «Han demostrado que la mecatrónica no es sólo tecnología y máquinas, sino también intuición y conexión con lo que nos rodea».

Y así, aquellos estudiantes no sólo exentaron la clase, sino que aprendieron una lección invaluable sobre la importancia de mirar más allá de lo evidente.

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